miércoles, 9 de marzo de 2016

Deshaciendo frases hechas

¿A qué no es lo mismo una hamburguesa con kétchup que sin él? ¿Y una ensalada sin aliño sabe igual? Los ingredientes son los correctos pero… falta algo. Pues el equivalente en las lenguas al kétchup y a los aliños son las frases hechas. Cuando estudiamos un idioma, aprendemos su gramática, su vocabulario, la pronunciación, etc. Pero, incluso aunque hablemos un idioma a un nivel avanzado, seguirá siendo una hamburguesa sin kétchup. Sólo saborearemos totalmente el valor de una lengua, su riqueza y sus matices, si conocemos sus frases hechas.

Y es que las expresiones populares son un campo mucho más profundo de lo que parece. Combina la lingüística con la historia y con la etnología (el estudio de las sociedades humanas), y nos ayuda a definir a los pueblos. Y además te ríes. Te ríes un montón, porque algunas expresiones tienen orígenes tan literarios, tan novelescos, tan cómicos, que parecen de mentira. Pero son de verdad.

Vamos a lo que importa. ¿De dónde vienen las frases hechas del español?

Menuda porra tengo. (Fuente).

Mandar a la porra: (DRAE: Expresión para manifestar desagrado, enfado o rechazo). Desde el gran Imperio Español nos llega esta frase. Los soldados de los Tercios de Flandes, del siglo XVI, eran temidos en toda Europa por su efectividad en el combate. No obstante, como en todos los ejércitos, había hombres pendencieros que se metían en líos. Al no estar acuartelados (porque estaban en plena guerra), no había un lugar físico para arrestarlos. El sargento mayor clavaba en el suelo, en los alrededores del campamento, la vara de mando rematada por un enorme puño que habitualmente portaba. Esta vara, que más parecía un garrote, era conocida como porra. Cuando había que castigar a un soldado, el sargento le decía, literalmente, vaya usted a la porra. El soldado debía ir al lugar en que la vara estaba clavada y permanecer allí hasta nueva orden.

Algo parecido ocurre con el origen de mandar a alguien al carajo (DRAE: Rechazar a alguien con insolencia o desdén). En este caso, nos trasladamos a la marina. El carajo es esa cesta que está en lo alto del palo mayor, desde donde gritaban lo de ¡tierra a la vista! A pesar de lo que parece por las películas, es un lugar de lo más desagradable, porque el bamboleo del barco es mucho más notorio. Por lo tanto, cuando se pretendía castigar a alguien, lo mejor era mandarle al carajo.

Esto sí que es irse al carajo... (Fuente).

Aquí hay gato encerrado: (DRAE: Haber causa o razón oculta o secreta, o manejos ocultos). Como nos cuenta María Irazusta, esta expresión procede también del siglo XVI. Y no se trata de que la gente escondiera felinos. El gato era la bolsita en la que guardaban las monedas (quizá porque era realmente de piel de gato). Los ladrones, cuando miraban a sus víctimas, enseguida sabían si tenía gato encerrado, es decir, si escondía monedas entre sus ropas.

Poner los cuernos: (DRAE: Infidelidad en el matrimonio). Nos remontamos a la Edad Media. Existía entonces algo llamado derecho de pernada, por el cual el señor feudal tenía el derecho a mantener relaciones con las súbditas que fueran a casarse. Aunque se ha tratado mucho este tema (¿habéis visto Braveheart?), se cree que en realidad se trataba de abusos de poder, y que, legalmente, no se trataba de un derecho real. En cualquier caso, la tradición nos dice que, como compensación, en ocasiones a los maridos se les permitía cazar un ciervo de los bosques del señor. Cuando los aldeanos veían aparecer al susodicho cargado con el astado animal, exclamaban ¡ya viene con los cuernos puestos!

¿Mi mujer? ¡Una santa! (Fuente)

Echar un polvo: (DRAE: coito, cópula sexual). Seguimos con el temita. Esto es algo que mucha gente se pregunta, ¿por qué decimos esto? ¿Qué relación tiene el polvo con ese tema? La explicación la tenemos en el tabaco. Sí, en el tabaco. Porque en siglo XIX estaba muy de moda una forma de consumirlo ya casi desaparecida hoy en día: el rapé. El tabaco se convertía en polvo y se esnifaba. Esto causaba furor en las clases acomodadas, aunque no era de buena educación hacerlo en público. Por eso, de la misma forma que hoy en día los fumadores se van momentáneamente de las reuniones sociales para fumar, los de la época lo hacían para echar un polvo, es decir, consumir rapé. Y esta expresión se convirtió en la excusa ideal para ausentarse de donde fuera, ya fuera para el rapé, o para tener un rápido encuentro sexual. Por eso, el nos vamos a echar un polvo fue modificando su significado hasta alcanzar el que usamos hoy en día.

Irse de picos pardos: (DRAE: Ir de juerga o diversión a sitios de mala nota). Seguimos las enseñanzas de María Irazusta, y nos vamos de viaje al Madrid del siglo XVIII. Carlos III, el rey alcalde, tenía la intención de acabar con la prostitución, y para conseguirlo ordenó que las meretrices vistieran todas de la misma forma, para así dejarlas en evidencia. ¿Y cómo debían vestir? Pues con una falda marrón (o sea, de color pardo) cortada en forma de picos. Los hombres que buscaban sus servicios empezaron a decir que se iban de picos pardos.

En tiempos del padre de Carlos III, Felipe V, se plantaron cinco enormes pinos en el Paseo de Recoletos de Madrid. El último de ellos quedaba bastante alejado, lo que hizo que muchas parejas lo usaran como lugar al que acudir para ponerse románticos. Por eso irse al quinto pino (DRAE: Lugar muy lejano) ha quedado como sinónimo de lugar alejado. En años sucesivos, muchos padres usaron como referencia ese quinto pino para marcar la distancia máxima que la hija podía alejarse, acompañada por su novio, del hogar paterno. Para tenerlos controladitos.

Para subir en él tenías que ser chulo. (Fuente).

Y seguimos con Madrid, y con números. A principios del siglo XX, cuando los madrileños se dirigían a la Pradera de san Isidro a celebrar las fiestas del patrón de Madrid, lo hacían mayoritariamente utilizando la línea 8 del tranvía. Imaginaos, un tranvía a rebosar de chulapos y chulapas. Había pocas cosas con más chulería en su interior que ese tren, el número 8. De ahí proviene la expresión ser más chulo que un ocho (DRAE: Muy arrogante, desenvuelto o presumido).

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