En episodios anteriores de
Palabros Encadenados hemos hablado de las frases
hechas del español, y de sus curiosos orígenes. Las frases hechas también
pueden llamarse modismos, y no hay que confundirlas con los refranes. Se
caracterizan porque su significado no es el que se deduce de las palabras que
lo forman (recordad “echar un polvo” o “poner los cuernos”) y porque no se
pueden modificar. Normalmente, son imposibles de traducir a otras lenguas,
aunque casi todas las lenguas tienen expresiones equivalentes. Vamos a continuar con ese tema,
pero nos vamos a centrar en un tipo muy específico de frases hechas. Aquellas
protagonizadas por personas. Ya sabéis, Perico el de los palotes (expresión ya
usada en tiempos de Felipe II); o fulano y mengano (que vienen del árabe y
significan “persona cualquiera” y “quien sea”).
Más feo que Picio: A principios del siglo XIX, durante la Guerra de
la Independencia, vivió en Alhendín (Granada) un zapatero llamado Francisco
Picio. No sabemos los delitos que cometió, pero sí sabemos que fue condenado a
muerte. Poco antes de la ejecución, rezando en la capilla, le dieron la noticia
de que acababa de ser indultado. Al parecer, la impresión que le causó la buena
noticia fue tan grande que perdió todo el pelo, incluido el de las cejas y las
pestañas, y su rostro se deformó con quistes y bultos.
Debido a su aspecto, la gente empezó a darle de lado, por lo que Picio decidió trasladarse a Lanjarón. Sin embargo, no tardó en ser expulsado de allí debido a que se negaba a quitarse el pañuelo con el que se cubría la cabeza para entrar a la Iglesia. Se fue a vivir a Granada, donde murió poco después. La leyenda dice que era tan feo que el cura le dio la extremaunción con una caña… El clásico “no te toco ni con un palo”. Desde entonces, esta expresión ha ido ganando popularidad, e incluso grandes autores como Galdós, Unamuno o Baroja la han utilizado en algunas de sus obras.
Armarse la marimorena: De Andalucía nos vamos al Madrid del siglo
XVI. Una de las innumerables tabernas de mala muerte de la capital estaba
regentada por un señor llamado Alonso de Zayas y su mujer, María Morena (o
María la morena, no lo sabemos con
seguridad). En 1579 fueron procesados por unos incidentes ocurridos en su
acogedor tugurio. Al parecer, la pareja reservaba el vino bueno para los
clientes de la nobleza, y al resto les daba un caldo peleón bastante
desagradable. Unos soldados que llegaron sedientos a la taberna exigieron tener
el vino de calidad y, al negarse los dueños, se formó una trifulca monumental.
María, lejos de esconderse, fue la que más leña repartió. No era la primera vez
que la tabernera se liaba a mamporros con clientes que no pagaban o que
causaban molestias. Desde entonces, usamos esta expresión cada vez que se arma
un buen lío.
No ha venido ni el Tato: Antonio Sánchez, “el Tato” (1831 – 1895)
fue un torero sevillano que, en sus mejores años, participaba en tantas
corridas que parecía que no hubiera ningún cartel sin su nombre. Por eso
utilizamos esta frase cuando un evento no ha tenido éxito, porque el Tato estaba en todas partes: si no ha venido el Tato, es que no ha venido nadie.
La vida de Antonio Sánchez tuvo
muchas más curiosidades: sufrió una grave cogida que obligó a amputarle una
pierna, pierna que fue conservada en formol y expuesta durante años. Además,
precisamente mientras la amputaban, fue el creador de la expresión “Adiós
Madrid”. Después llegó incluso a torear con una pierna ortopédica, pero no tuvo éxito y se vio obligado a dejarlo.
En tiempos de Maricastaña: “¡Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas (...)!”. Esta frase aparece en El casamiento engañoso, un relato de Cervantes incluido en sus Novelas ejemplares, escrito alrededor de 1606. O sea, que el propio don Miguel, a principios del siglo XVII, ya usaba esta expresión refiriéndose a algo que es muy muy muy antiguo. Durante mucho tiempo se creyó que Maricastaña no era nadie real, solo un nombre simbólico, pero al parecer no es así.
Resulta que, hace unos 600 años,
en pleno siglo XIV, vivió una tal María Castaña o María Castiñeira. Fue en
Galicia, en el coto de Cereixa, lo que es actualmente la Puebla del Brollón
(Lugo). Conocemos de su existencia porque fue, por decirlo de alguna manera,
una revolucionaria. Tomó parte, junto a su marido y sus cuñados, en una
revuelta que terminó con la muerte del mayordomo del obispo de Lugo (algunos
creen que fue el propio obispo el que murió). Fue una de las muchas revueltas
llevadas a cabo por plebeyos contra los señores feudales que querían quitarles
sus tierras. María Castaña fue condenada a donar todas sus tierras y a pagar
mil maravedíes.
Pedro I de Aragón mirando al infinito... (Fuente).
Entrar como Pedro por su casa: Pero para antiguo, el origen de esta frase. Esta expresión se usa para expresar que alguien se comporta de forma cómoda en un entorno nuevo o desconocido para él. Para encontrar su origen tenemos que remontarnos nada menos que al siglo XI. Este Pedro no es otro que Pedro I de Aragón (1068 – 1104). Este rey tuvo un importante papel en la Reconquista, recuperando importantes territorios, e incluso fue coetáneo y aliado del Cid. Uno de los lugares que conquistó fue Huesca, en 1096.
La conquista de Huesca fue, según
las crónicas, con tal superioridad, que muchos creyeron que no había habido
batalla, sino que el rey sencillamente había entrado en Huesca como si nada.
Ahí surgió la expresión “entrar como Pedro por Huesca” cuando alguien lograba
algo con suma facilidad. Al extenderse su uso, dado que muchas personas ni
siquiera sabían dónde estaba Huesca, se modificó hasta la forma que conocemos
hoy en día. No debemos olvidar que la
lengua está viva y va adaptándose a sus hablantes.
¿Conoces más frases hechas de
este tipo? Coméntalas y podremos investigar su origen.
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