miércoles, 3 de febrero de 2016

El código Napoleón: la Piedra Rosetta

A todo el mundo le fascina el antiguo Egipto. Es misterioso, exótico, sus monumentos son impresionantes. Napoleón no fue una excepción. Aunque escondía intenciones más prácticas, gracias a él (más o menos) pudimos descubrir muchas cosas hasta entonces desconocidas sobre el país de los faraones. Sin ir más lejos, su misteriosa escritura. Los jeroglíficos, esos dibujitos grabados en las paredes de los obeliscos en los que hay pájaros, hombrecitos, soles…

Vamos a aclarar las cosas. La escritura de los egipcios es más compleja de lo que parece (y ya parece la leche de compleja). En realidad, hay tres tipos de escritura: los jeroglíficos propiamente dichos; la escritura hierática, que era una forma abreviada de la jeroglífica usada para textos religiosos; y la demótica, que a su vez simplifica la hierática, y se utilizaba sobre todo para asuntos cotidianos.

Pajaritos, hombrecitos, barquitas... (Fuente)
La escritura jeroglífica es una forma extraordinariamente complicada de expresar sonidos, palabras y conceptos. Había signos que representaban un sonido, o una letra, o una sílaba, o dos, o tres, o palabras y expresiones enteras. Además, son antiguos. Muy antiguos. Para que os hagáis una idea: cuando nació Cleopatra, la última reina de Egipto, ya hacía más de 3000 años que se usaban los jeroglíficos. O sea, que hasta hoy en día han pasado ¡más de 50 siglos!

Estaréis pensando qué tiene que ver Napoleón con todo esto. Ya está, os diréis, al sabelotodo este se le ha ido la cabeza. Bueno, pues resulta que como los jeroglíficos son tan increíblemente complicados de entender, hasta finales del siglo XVIII nadie tenía la menor idea de cómo se leían. Y fue entonces, en 1798, cuando Napoleón llegó a Egipto con un gran ejército. ¿Su objetivo? Hacerles la puñeta a los ingleses en lugares estratégicos en África. ¿Lo consiguió? No. Pero le permitió ganar poder. En esta época, Bonaparte no era todavía el emperador, así que al Directorio (el gobierno de Francia en plena Revolución) le pareció genial que se fuera a Egipto, con tal de mantenerlo lejos.

Napoleón ante la Esfinge, de Jean-León Gérôme.

Pero no solo se dedicaban a la guerra. Llevaron científicos con ellos, e incluso crearon una institución para estudiar el antiguo Egipto, el Institut d'Égypte. En julio de 1799 llegaron a un pueblo llamado Rashid, que ellos llamaron Rosetta, y se pusieron a construir un fuerte. Excavaban, cortaban, amontonaban… En un momento dado, un teniente llamado Pierre-François Bouchard se dio cuenta de que una de las enormes piedras que habían desenterrado tenía unas inscripciones por un lado. La llevaron al Institut, e incluso el propio Napoleón la examinó. La inscripción tenía tres partes. La superior estaba en jeroglíficos; la central, en escritura demótica; y la inferior, en griego antiguo.

La Piedra Rosetta. Se pueden ver los tres textos, y que le falta un buen cacho. (Fuente).

Los expertos pronto dedujeron que se trataba del mismo texto escrito en diferentes lenguas. Se hicieron copias del texto y se mandaron a Francia, donde empezaron a estudiarse. Todo estaba preparado para llevarse la piedra a Francia… cuando la guerra volvió. Los ingleses derrotaron a las tropas napoleónicas y se quedaron todas las antigüedades que habían encontrado. La roca fue trasladada a Inglaterra, presentada al rey Jorge III y, desde 1802, expuesta en el Museo Británico. Que es donde sigue hoy en día.

Todos eran conscientes de su incalculable valor, pero la cuestión era: ¿qué ponía en la piedra? Desde el final del Imperio Romano, nadie había descifrado nunca la lengua y la escritura egipcia. En 1802 se terminó de descifrar el texto en griego, y más o menos al mismo tiempo se descubrió que el texto central estaba escrito en demótico, algo muy poco estudiado aún. Pero quedaba por hacer lo más gordo: conseguir descodificar los jeroglíficos. Y aquí llega la gran ironía. Los ingleses arrebataron la piedra a los franceses, pero fue un francés el que se llevó la gloria de descifrarla.

Si hubiera sabido que iba a ser famoso se hubiera peinado. (Fuente).

Jean-François Champollion era un profesor de la Universidad de Grenoble. Acérrimo admirador de Napoleón, al que conoció cuando este volvió de su primer destierro, dedicó su vida a descifrar los jeroglícos, algo que su hermano ya había intentado. El 14 de septiembre de 1822 entró corriendo al despacho de su hermano gritando Je tiens l'affaire! (¡Lo tengo!) y se desmayó. Esta escena propia de telenovela ocurrió porque había identificado la mayor parte de los nombres propios que aparecían en la inscripción. Gracias a eso, pudo descifrar el texto completo, y desde entonces se le considera el padre de la egiptología.

¿Pero qué demonios decía la piedra?, estaréis pensando. Pues resulta que el texto era un decreto publicado en el año 196 antes de Cristo, y hablaba de la coronación del faraón Ptolomeo V y del nombramiento de varios de sus sacerdotes en la ciudad egipcia de Menfis. No se conoce exactamente el texto al completo porque la estela está rota, le falta un buen trozo de la parte superior y del lado izquierdo. Si tenéis curiosidad, podéis leer una traducción aproximada aquí. El texto más incompleto es el jeroglífico, que solo tiene catorce líneas, y todas están incompletas. El texto demótico tiene treinta y dos líneas, catorce de ellas incompletas, mientras que el griego tiene cincuenta y cuatro líneas, de las cuales solo hay completas veintisiete. La piedra mide 112 centímetro de alto y 75 de ancho, y pesa unos 760 kilos. Se calcula que, cuando estaba completa, medía unos 150 centímetros de alto.
Sería más o menos así. (Fuente).

Durante más de 200 años, la Piedra Rosetta ha permanecido en el Museo Británico. Al principio, en una peana, pero como los visitantes la tocaban y la dejaban hecha un asco, la cambiaron a una vitrina que la protegía más. Solo ha salido del museo dos veces: durante la I Guerra Mundial, cuando la llevaron a un refugio para protegerla de los bombardeos; y en 1972, cuando fue trasladada al Museo del Louvre, en París, para conmemorar el 150 aniversario de su descifrado.

La Piedra Rosetta es un auténtico símbolo para la ciencia y la lingüística. Tal ha sido su importancia, que su nombre se ha utilizado muchas veces para designar descubrimientos importantes en campos tan diferentes como la biología, la astronomía o la informática. Y todo gracias a que Napoleón quería hacerle la puñeta a los ingleses.

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