A cada uno le gustan un tipo de
historias. De fantasía, de amor, de terror, históricas, de ciencia-ficción, de
aventuras. También hay a quien no le gusta ninguna. Y sin embargo, hay una
serie de historias que todos conocemos. Nos las han contado, las hemos leído,
hemos visto películas, versiones, parodias. De cualquier manera, han llegado a
nosotros. Nadie se escapa de los cuentos.
Los cuentos han sido, para
muchos, el inicio del gusto por la lectura desde niños. Y sólo por eso ya se
merecen un puesto importante en la historia de la literatura. Me refiero,
claro, a los cuentos tradicionales,
“de hadas”, como se les suele llamar. Son universales. Seguro que cualquiera de
vosotros puede nombrar 9 o 10 sin tener que pensar demasiado.
Conocemos la mayoría de esos
cuentos gracias a unos pocos autores. Los
hermanos Grimm, Charles Perrault y Hans Christian Andersen son los más
conocidos. Pero es muy importante aclarar que, especialmente Perrault y los
Grimm, no eran escritores de cuentos. Eran recopiladores,
es decir, recogían cuentos populares, que se transmitían de boca en boca, y los
publicaban en forma de libro. Desde hace años, Disney ha convertido esos
cuentos en películas infantiles de gran éxito.
Jacob y Wilhem Grimm. Adorables, ¿verdad? (Fuente)
Eso provocó su enorme popularidad, pero resulta que muchas de esas historias no eran inocentes fábulas infantiles, sino relatos oscuros y macabros con episodios de violencia, sexo y muerte. Los recopiladores suavizaron esas partes, en ocasiones dejando los cuentos irreconocibles, para convertirlos en historias dulces con final feliz. Sí, amigos, todo era mentira. Los cuentos no son como nos los contaron.
Necesitaríamos una enciclopedia
para repasar todos los cuentos que han sido modificados, pero vamos a repasar
algunos de los más conocidos. Infancias destruidas en tres, dos, uno…
Caperucita roja
Tanto Perrault, en 1697, como
después los Grimm, en 1812, incluyeron este cuento en sus recopilaciones. Es,
posiblemente, el cuento más famoso que existe. Entre las dos versiones hay
grandes diferencias. Para el francés Perrault la historia terminaba con la
muerte de Caperucita, devorada por el lobo. Los alemanes Grimm añadieron el
final feliz, inventándose el personaje del cazador.
Ilustración de Adolfo Serra (Fuente)
Sin embargo, la historia original
era un poco diferente. En ella, cuando Caperucita llegaba a casa de su abuela,
el lobo no se había limitado a comerse a su abuelita, sino que le había
preparado una cena hecha con la carne y la sangre de la anciana, que la niña
comía tranquilamente sin darse cuenta de nada. Después, la conocida escena de
Caperucita preguntándole al lobo por el tamaño de diversas partes de su cuerpo
se realizaba dentro de la cama, con la niña quitándose prendas de ropa y
arrojándolas al fuego. Algunos investigadores creen que, al principio, en el
cuento no había ningún lobo, sino un hombre joven.
La historia había sido creada
para prevenir a las jóvenes de los peligros de ser asaltados por criminales cuyas
intenciones no eran, precisamente, comérselas. Las versiones de los
recopiladores eliminaron cualquier connotación sexual en el relato. ¿Cómo se
queda el cuerpo?
La cenicienta
Tanto Perrault (1697) como los
hermanos Grimm (1812) recogieron este cuento en sus libros, aunque antes que
ellos ya lo había hecho el italiano Giambattista Basile en 1634. Sin embargo,
su origen es más antiguo. Historias parecidas se contaban en la antigua Grecia,
en Egipto y en China. Precisamente la versión china, nada menos que del siglo
IX (¡hace 1200 años!), es, para muchos, la base del cuento que conocemos. Se
llamaba Pies de loto, y en vez de
hada madrina, tenía un pez de oro.
Ilustración de Carl Offtendinger (Fuente)
La historia básica es la misma
que conocemos: la joven obligada a ser sirvienta de su madrastra y sus
hermanastras. ¿Sabéis por qué a ella le cabían los zapatos y a las otras no?
Porque la obligaron durante años a llevar unos zapatos diminutos, y eso le
deformó los pies. De ahí su apodo, Pies de Loto. La historia sigue con la
protagonista asistiendo a una fiesta y perdiendo un zapato (de oro macizo).
Cuando el Príncipe prueba el zapato al resto de mujeres para saber de quién
era, la hermanastra no duda en amputarse los dedos y el talón para conseguir
que le quepa, sin éxito.
Finalmente, el príncipe encuentra
a Pies de Loto, se casan, y la madre y las hermanastras son castigadas con una
lluvia de piedras (o sea, que son lapidadas). Igualito que la peli de Disney,
¿verdad?
La Bella y la Bestia
Hay una primera versión de esta
historia, publicada en 1550. Sin embargo, no empezó a ser conocida hasta que
apareció la versión de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, de 1740. Era una
larga novela, de más de 400 páginas. Unos años después, Jeanne-Marie Leprince
de Beaumont (sí, todos tenían nombres pijos) adaptó la historia de Villeneuve.
Esa es la versión que conocemos, y de la que se han hecho películas, musicales,
etc. Beaumont hizo la historia mucho más corta, y se “olvidó” de algunos
detalles.
Ilustración de Mercer Mayer (Fuente)
Por ejemplo, en la versión que
conocemos, el príncipe es convertido en bestia por una bruja que le maldice, al
no querer darle refugio. Pero eso no era lo que pasaba en la historia original.
En ella, la madre de Bella era un hada malvada, que es encargada del cuidado
del príncipe, e intenta tener relaciones con él. El príncipe la rechaza, y el
hada decide transformarlo en Bestia, para que nadie quiera casarse con él
nunca.
Además, la versión de Beaumont
pierde lo más importante que tenía la de Villeneuve: la crítica a la costumbre
de su época de obligar a las jóvenes a casarse con hombres a los que no
conocían, y que solían tratarlas muy mal (¡eran unos Bestias!). De hecho, no es
la Bestia quién exige al padre que le entregue a una de sus hijas, sino el
propio padre el que ofrece a Bella a cambio de su libertad. El padre del año.
Sigue atento a Palabros
Encadenados. Próximamente descubrirás que el príncipe de La Bella Durmiente era un pervertido…
No hay comentarios:
Publicar un comentario